sábado, 31 de marzo de 2012

La inspección I

“Quédate ahí,” la digo.
Yo la miro durante unos minutos mientras ella permanece de pie ante mi sillón, completamente vestida. Ella no me mira a los ojos. Unas veces me mira, otras, mira hacia otro lado, en otro momento echa su mirada a lo lejos.
“¿No te gusta que te mire, ¿verdad?”
Ella lo niega con la cabeza.
“Sin embargo, creo que hemos acordado que tu cuerpo es de mi propiedad,” digo. “Y si un hombre no puede mirar a lo que es suyo cuando él quiera, ¿qué sentido tiene ser su dueño?”
Ella no dice nada.
“En breve, voy a decirte que te quites algo,” le digo. “Eventualmente, te lo llegarás a quitar todo. No tengo prisa. “
La miro durante otro par de minutos.
“Quítate tus zapatos,” le ordeno.
Me imagino que esto no era lo que ella estaba esperando. Son unos zapatos muy bonitos, tacones de aguja, negros y brillantes. Se quita los zapatos. Sus pies están descalzos. Las uñas de los dedos de sus pies están pintadas de rojo brillante. Le mandé que lo hiciera el día anterior.
“Me gustan tus pies,” le digo. “Me gustaría verlos hacer cosas.”
No le digo cuales. Pues la semana pasada le mostré un vídeo porno de una mujer masturbando a un hombre con su pie, por lo tanto, ella sabe lo que está pasando por mi mente. No estoy seguro de que ella sienta lo mismo que yo con respecto a su pie.
“Muy divertido,” le digo. “Ahora, tu falda.”
Hay otro periodo de silencio. Luego, hablo de nuevo.
“Quítate algo más. Algo que tú creas que me gustaría ver quitado,” le digo.
Ella duda durante un momento, luego se quita su brazalete y lo deja caer en mi regazo. Es un breve momento de desafío. La admiro por ello, pero voy a hacérselo pagar. La trataré inmisericordemente.
“Muy divertido,”  digo. “Ahora tu camisa.”
Ella desabrocha los botones despacio y la deja caer al suelo. No lleva sujetador, solo una camisola a modo de top, de seda color pálido. El contorno de sus pezones se muestra plano a través del tejido.
“Puedo ver tus pezones,” le digo. “Se han puesto muy duros. Me pregunto, ¿por qué es esto? ¿Tienes frío?”
“No,” dice ella en voz baja. Se está sonrojando ligeramente.
“Fuera la falda,” le digo. Es una falda plisada de color negro, cortada justo por encima de la rodilla. Una prenda eminentemente respetable. Pero, si sabes cómo y dónde mirar, siempre hay una puta debajo de ella. Desliza la cremallera, desabrocha el botón de la cintura y la deja caer.
Sus bragas son pequeñitas, no tipo tanga sino con unas estrechas cintas a juego en la parte superior, el triángulo de seda pálida en la parte delantera apenas oculta su sexo.
La mira arriba y abajo. Ella no quiere, por ahora, captar mi mirada.
“Dime,” le pregunto, “¿cuándo te pones ropa interior como esa por la mañana, asumes que antes de que termine el día, un hombre te estará mirando?”
Ella está apoyada ligeramente sobre una pierna, sus brazos caídos a lo largo de sus costados, su cabeza inclinada y girada un poco lejos de mí, como si no fuera capaz de soportar la intensidad de mi control.
“Lo que quiero decir,” continúo, “es que seguramente no estás llevando esas prendas para abrigarte, puesto que su escasez de tejido no tiene ninguna eficacia ante el frío.”
Ella no responde.
“Ni las tiene que usar por razones de modestia,” le digo, “puesto que no la ofrecen.”
Ella sigue sin mirarme.
“De hecho,” digo, “son semi transparentes. Puedo ver tus pezones que sobresalen por debajo y si miro cuidadosamente, puedo ver debajo de tus bragas la leve línea del bello púbico que delimita y transluce tu arbusto íntimo.”
que a ella no le gusta que yo le hable sobre esto. He tenido algún problema al persuadirla de que debería rasurarse de acuerdo con mis exactas especificaciones.
“Además,” prosigo, “si no estoy equivocado, incluso puedo percibir el contorno de los labios de su coño.”
En esto, ella vuelve sus ojos hacia mí, con una mirada silenciosa e implorante, como si dijera, “pare, por favor, usted sabe lo que esto me está haciendo sentir.” Por supuesto, es precisamente porque sé lo que quiero, prosigo.
“Acércate,” le ordeno.
Ella se acerca, de una manera claramente reacia.
“Si yo fuera una mujer,” le digo, “y quisiera que un hombre me follara, la primera cosa que haría es comprar una ropa interior como la tuya.”
Extiendo la mano y lentamente acaricio el pequeño parche de seda entre sus piernas. Ella se estremece.
“Por lo tanto,” debo preguntarte, “¿qué es lo que esperas? ¿Qué yo debería ver lo finas que son tus ropas interiores y llegar a la conclusión de que quieres ser follada y luego actuar en consecuencia?” le pregunto.
“No sé,” dice ella.
Sé que esta clase de inspección e interrogatorio le molesta. Está incómoda, avergonzada por ser el centro de atención. Pero, también sé que esto no es todo. Existe otro efecto, que va mucho más allá con la humillación, la objetificación, la calculada y deliberada afrenta de su modestia.
“En un momento, voy a poner mi mano dentro de esas diminutas bragas, las que ocultan tan poco de lo que hay entre tus piernas. Voy a sentir tu pequeño y querido coño, ese pequeño y dulce punto del que no te gusta que te hable.”
Y, de hecho, no le gusta. La última vez que traté de decirle lo bonito que era su coño, lo mucho que me gustaba mirarlo, ella puso sus manos sobre mis labios para que dejase de hablar.
Deslizo mi mano por la parte delantera de sus bragas. Sé que voy a encontrarlo húmedo. Ella sabe que lo sé. Ella haría cualquier cosa para alejarse, pero su cuerpo la traiciona. Deslizo mi dedo entre los delicados labios rojos y lo introduzco dentro de ella. Ahora se está ruborizando más. Muevo mi dedo un poco, luego lo saco. Se lo enseño para que lo vea.
“Hay una sorpresa,” le digo. “Mi dedo está todo mojado y resbaladizo. ¿Cómo puedes explicar esto?”
Ella lo niega con la cabeza.
“Yo tengo una explicación,” le digo. “Pero, espero que no quieras oírla. ¿Cómo lo diría? Tal vez, ¿no eres tan modesta como te gustaría parecer?
“Eres tú quien me pones de esta manera,” le digo.
“¡Oh¡ no voy a negar de que yo juego por mi parte,” le digo. “Pero, se necesitan dos personas para bailar un tango. Ahora quítate tus bragas y ponte sobre mi regazo. Quiero echarte una buena ojeada.”
Estoy viendo como ella se despoja de la parte superior y de sus bragas. Ella se ha echado sobre mí, boca arriba y pone su brazo sobre sus ojos. Ella no tiene más remedio que someterse a esta inspección, pero no puede soportar el verla. Separo sus muslos y escruto lo que tengo delante de mí.
“Es hermoso,” digo, poniendo una mano sobre su coño. Nunca me canso de mirarlo ni de tocarlo.”

martes, 27 de marzo de 2012

Reflexión sobre su primer azote

Ella estaba todavía muy confusa cuando le subí su falda y su mente estaba en tal estado de agitación que no se daba cuenta de lo que la estaba haciendo. Al doblar su falda hacia arriba, empezó a sentir una sensación de vergüenza con este acto tan íntimo y arrogante.
La confusa sensación de vergüenza y, tal vez, incluso de la humillación añadida cuando le cogí sus bragas y con un movimiento audaz, las arrastré hasta sus rodillas. Sentía que  me movía y, más tarde, ella se dio cuenta que yo estaba sacando un cepillo del pelo de base ancha de una bolsa.
Durante un breve momento, me mantuve quieto. Ella no dijo nada. No hice nada, solo observaba su trasero. Luego, empecé a azotarla. Ella oía el trayecto del cepillo viajar a través del aire y luego sentía su picor sobre ella, ahora, apoyada boca abajo sobre mis piernas y desnuda por detrás. Se quedó sorprendida y abrumada con los primeros azotes y me pareció que hasta su corazón dejó de latir.
Recuerdo cómo yo dejaba caer sin descansar el cepillo de madera sobre sus pobres y expuestas nalgas y cómo su sentido del impacto la mutaba a una sensación de dolor. Ella no gritaba, estaba demasiado abrumada y no se daba cuenta de que se movía y retorcía un poco de una manera instintiva, sin darse cuenta, tal como me comentó después.
Ella se sentía avergonzada, humillada, asustada y abrumada por el tratamiento que estaba recibiendo. Se sentía hasta molesta por la mezquindad de su elección al entregarse a mí para azotar de esta manera la parte más sensible y expuesta de su cuerpo.
Había en su interior una extraña sensación  que, al principio, no podía comprender. Era una  satisfacción rara por el hecho de lo que yo quería hacerle. Ella quería estar cerca de mí, pero esto no era tal como ella había imaginado que sería. El hecho era que al estar parcialmente desnuda, la hacía sentirse molesta y extrañamente excitada. Dando a entender que un poco de excitación estaría bien, pero en su interior, no lo podía admitir.
A los pocos días, ella me escribió esta reflexión sobre su primer azote:
“Esto fue  una fantasía que se hizo  realidad. Quiero decir que no había naves espaciales y cosas por el estilo. De todos modos, se trataba de unos azotes y me parece un poco vergonzoso escribir sobre ello. ¿Por qué diablos debería sentirme excitada por unos azotes? Después de todo, un spanking se supone que duele,  es humillante y generalmente no es agradable. Si alguien te azota, es para castigarte o para que sea significativo para usted. Sé que hay un montón de gente haciéndolo por mutuo placer, y que es absolutamente bonito. Lo que estoy pensando es sobre la idea misma de los azotes. Se supone que es malo para una.”
“Sin embargo, hay algo convincente sobre el tema. Respeto a todas aquellas personas que han hecho de los azotes una parte de sus vidas o, al menos, de su vida sexual. Al mismo tiempo de que somos un montón de gente proclives a vivir fuera nuestras fantasías, pero que encuentran la idea de ser azotada muy emocionante.”

“De acuerdo con mi mentalidad, unos azotes son a la vez humillantes y dolorosos. No pienso en unos cachetes amistosos en las nalgas como un juego previo. En mi mente, bajo mi mentalidad, duelen y me sientan muy mal. Un spanking es algo que es tan dolorosamente insoportable que, en realidad, no se puede hacer frente y algo que te hace sentir abrumada, aparte de que se está realmente asustada antes de que suceda. Todavía me emociono pensando en ello.”

“La idea de esperar a que suceda y luego prepararme para ello es excitante y horrible. Imagine la humillación de que te bajen la ropa interior y desnuden tu cuerpo y lo pongan en posición y que dicha postura le favorezca a alguien para causarte dolor. Luego, tienes que esperar a que empiece. Oyes el sonido del látigo, la mano, el cepillo o cualquier otro implemento que usted vaya a usar, volando a través del aire y luego el sonido del golpe sobre tu piel expuesta y suave. El sonido llegando a tus oídos antes de que tu cuerpo se dé cuenta que ha sido golpeado. Luego, el dolor al rojo vivo.”

“¿Por qué todo esto es tan excitante y tan emocionante? Es extraño. Al menos, es extraño para mi forma de pensar. Pero sin embargo, está ahí. En la vida real, no lo había hecho nunca porque, particularmente, disfruto siendo humillada. No tengo ningún deseo de renunciar a mi persona por castigos dolorosos. Sin embargo, el pensarlo me excita. Me parece difícil de entender y, por supuesto, a pesar de estas consideraciones, estoy deseando verle para que me ordene que me ponga sobre sus rodillas y empiece la sesión.” 


 




jueves, 22 de marzo de 2012

La puta sigilosa del dolor

Ella no sabe exactamente por qué es, pero, algunas veces, necesita que su Dominante le haga daño. A veces, esto sucede. Ella se encuentra a sí misma híper rebelde  e incapaz de centrarse en su Dominante. A menudo, él se da cuenta antes que ella y esta le dice con esa sonrisa socarrona y sabihonda que “es hora de dar unos azotes.” La primera vez que pasó, su Dominante y ella estaban teniendo sexo y le pidió que torturara su coño. Antes de eso, los azotes de su coño eran temibles y el castigo más efectivo.
Esta mañana, él arrascó su espalda y los costados con sus uñas, la mordió, apretó y retorció sus pezones, abofeteó y golpeó sus pechos, clavó sus uñas en la espalda de ella…casi todo lo que pudiera pensarse para provocar la mayor liberación de dolor, pero, sin el ruido del impacto del juego.
“Realmente, es increíble que usted me dé todo lo que necesito, sobre todo cuando no sé lo que es,” le dijo ella.
Su sumisa nunca se ha identificado como una mujer masoquista y, en el inicio de la relación con su Dominante, la posibilidad de aceptar el dolor como un juego y no como  castigo, la aterrorizaba. No era algo que la atrajese hacia él, ni al estilo de vida de la D/s ni, incluso, al sadomasoquismo. Ella nunca se había auto provocado dolor, ni estaba constantemente causándose  dolor por accidente, como tampoco tuvo un momento para pensar: “Oh, me gusta esa sensación. Voy a hacerlo a propósito.” Ella le había pedido a sus parejas anteriores que la tiraran de los pelos. Pero para ella, se trataba solo de la sensación de ser dominada y de hacer algo para alguien, más que por sentir su cabello dolorosamente retorcido.
Esto le había llevado a creer que el contenido, cada vez más masoquista de las sesiones con su Dominante, se debía a algo más que a la propia sensación por sí misma. Existían varias posibilidades.
1ª- Su Dominante era la primera persona en la que había confiado por completo y, por eso, era la única a la que había sido capaz de dejar que le hiciera daño.
Esta era una opción viable. Nunca había confiado en nadie tanto como confiaba en su Dominante, ni nunca había querido agradar a nadie en demasía. El simple acto de confíar lo suficiente en alguien, le permitía sentirse dolorida si la relación D/s era muy potente, lo cual podía explicar el por qué salía ahora con tanto dolor. Porque le estaba ofreciendo a él su cuerpo para su placer, que podía o no podía involucrar el  propio placer de su sumisa.
Sin embargo, esto no explica por qué actualmente había llegado a disfrutar de la sensación de dolor por sí misma y, a su vez, anhelarlo, lo cual la lleva a la segunda posibilidad.
2ª Él era la primera persona  en la que había confiado lo suficiente para mostrarle su lado masoquista. También otra posibilidad. Todos sabemos que no nos gustan las cosas hasta que las probamos y, aunque, ella estaba dispuesta al juego del dolor con su Dominante, no era con la intención de disfrutarlo. Ella estaba abierta y preparada al mismo, junto con su Dominante, en la medida que su masoquismo lo requiriera.
3ª Su Dominante la había entrenado para que le gustase el dolor vinculado con el placer. “Los perros de Pavlov,” claro y simple. Un par de cosas con una recompensa las veces que fueran necesarias y la cosa por sí misma provoca la reacción a la recompensa. Él empezaba acariciándola con sus dedos cuando la azotaba, moviéndose hacia arriba para crear el ambiente entre sus piernas, mientras le torturaba sus pezones y casi cada sesión de dolor después de la primera, consistía en el placer.
4ª A ella le gustaba el dolor porque a su Dominante le gustaba producírselo. Esto no podía ser la única cosa en juego aquí, porque existen otros ejemplos donde su Dominante le hace daño y no le gusta, incluso si existe. También hay casos donde su Dominante no disfruta haciéndole daño hasta que ella le muestra signos de disfrutarlo. Él no es un sádico en el sentido estricto de la palabra (bueno, algunas veces, sí lo es), por lo tanto, hacerle daño, no siempre le da placer.
5ª Una combinación de todo eso, además del desarrollo de un espacio del dolor, que es similar al subespacio, pero diferente. El cual es provocado por una sobrecarga de los receptores sensoriales en el cerebro y resulta ser una mezcla de señales de dolor y placer. Esto es lo más probable, según mi opinión.
En cuanto al dolor inducido a los orgasmos del cuerpo entero de la mujer, la conjetura de cualquier otra persona es tan buena como la mía. No tengo ni idea, ni siquiera de cómo describirlos. Sospecho que forma parte del maravilloso misterio del sadomasoquismo.

viernes, 16 de marzo de 2012

Lamer su coño

“Algunos hombres chupan el clítoris demasiado fuerte y se hace muy incómodo y, por otra parte, otros hombres no lo lamen  con la suavidad suficiente,” me decía ella.
Sin embargo, ella nunca me explicó en qué lugar estoy entre los aficionados al cunnilingus. Parece que la mayoría de las veces que yo lamía su clítoris, sus reacciones sugerían algo entre intenso e insoportable. Me pregunto si era demasiado.
Solo puedo recordar una vez que, después de llevarla al orgasmo con la succión, empujó mi cabeza y me dijo que me detuviera.
Pero, nunca puedo imaginarme si el lamer un coño es un acto de dominación o de sumisión por mi parte. Si yo tomo la iniciativa de separar sus piernas y sumerjo mi boca entre sus labios, ¿estoy forzando mi manera de ser sobre ella? O, en realidad, ¿me estoy sometiendo a ella dándole placer a expensas de mi incapacidad para respirar?
Ella yace sobre su vientre en la cama, solamente un débil rayo de luz rompe las persianas de la ventana, proyectando una sombra oscura de color azul en las curvas de su espalda, arqueada bruscamente hacia arriba y sobre su trasero. Paso el tiempo admirando sus líneas. Toco sus nalgas y me quedo hipnotizado por su piel flexible y su forma suave y hermosa.
Solo quiero extraer su esencia para mi cuerpo, probarla con mi lengua y tirar de su cuerpo para apretarlo contra mi boca, cuando ella se corra.
“Me encanta chupar tu polla”, ella me ha dicho varias veces. “No sé lo que es, pero me encanta chupar tu polla.”
Luego ella presiona contra mi cuerpo y dice:
“Vamos, date la vuelta.” Ella se pone perpendicularmente debajo de mí y se mete mi polla en su boca.
¿Esto es solo lo que ella quiere tener conmigo? ¿Soy yo el que se somete?
Cuando le estoy comiendo su coño, ¿lo estoy haciendo solamente para su placer o lo estoy haciendo para alimentarme yo mismo de su feminidad?

lunes, 12 de marzo de 2012

¿Por qué tan fuerte?

Esta mañana, después de follarme bruscamente a mi sumisa, esta me preguntó: “¿Se siente usted mejor cuando me penetra con fuerza?” Como Dominante elegante, le respondí:
“Por supuesto, me siento mejor. Duele, ¿Verdad?”
Por lo tanto, con su entrega me lleva a otro nivel. Desde el principio, le dije a mi sumisa que sería su mayor fuente de placer y su mayor fuente de dolor. Trato de hacerle valer constantemente esa afirmación.
Esta mañana, yo tenía sus piernas sobre mis hombros y estaba apoyado hacia adelante sobre su cabeza. Sus caderas levantadas y su coño completamente expuesto angularmente, de tal manera que podía penetrarlo en profundidad. Hice que le doliera. Era culpable cuando la cargaba. Mi chica pone una cara con una expresión mixta de dolor y placer, cuando la “golpeo” profundamente. Es una cara que, de verdad, me gusta verla. Al principio, cuando la penetraba incisivamente con sus ojos bien abiertos, ponía cara de sorpresa. Con cada sucesivo golpe, la sorpresa empezaba a desvanecerse, incluso, a través de sus ojos todavía bien abiertos. Cada embestida hacía que sus labios tiemblasen más. La evanescida sorpresa empieza a ser sustituida por una súplica. Me gusta su mirada suplicante. ¿Me está suplicando mi sumisa para que yo vaya más despacio? Mi sospecha es un poco de cada cosa, pero, de cualquiera manera, ella no tiene no tiene ningún control sobre ello. La usaré como yo quiera.
Por lo tanto, me gusta hacerle daño para hacerla sufrir. Me gusta hacerle daño algunas veces, solo para mostrarle lo profundo que puedo penetrarla y lo doloroso que puedo hacerlo. Supongo también que, la parte más oscura de mí la folla ocasionalmente tan fuerte y con tanta profundidad porque quiero aislarla de otros hombres. Creo que, de alguna manera, estoy marcando mi territorio.

jueves, 8 de marzo de 2012

Límites difíciles

Cada pareja de la D/s asume que, tarde o temprano, tendrá que comprender lo que son límites difíciles. Nunca he conocido a una sumisa que no haya trazado en alguna parte una raya en la arena. Y si su dominante es inteligente, escuchará lo que ella tenga que decir y respetará sus límites. Si ella dice que nada de cuchillos ni de control de la respiración, lo cual es bastante claro y obvio, y si él no lo tiene en cuenta, probablemente conducirá la relación a un desastre. Creo que es muy poco probable que una pareja vea esto como un ajuste perfecto entre lo que ella no quiere hacer y lo que él quiera hacer. No es necesario que él (o de hecho, ella) quiera ir mucho más allá o hacerlo más difícil. El caso es que todo el mundo está conectado de una manera diferente y las cosas que hacen algunas personas en momentos determinados, dejan a otras indiferentes.
Por supuesto que las personas razonables están preparadas para adaptarse. Es cuestión de dar y recibir ayuda para que las cosas funcionen. Si hubiese algo que a ella realmente le guste, pero que no controle los pulsos de mi carrera, estaré preparado para encontrar un término medio o, incluso, ir más allá. Por ejemplo, a algunas mujeres les gustan la idea de que le miccionen encima. Esta idea no va conmigo, pero si alguna vez me encontrara con una chica que la idea la excitara, creo que le daría la oportunidad de probarlo.
No creo que esto sea lo mismo que lo de los agradables hombres vainilla que se ofrecen para azotar los culos de sus esposas porque quieren ser complacientes. Esto, de acuerdo con mi experiencia, nunca es algo bueno. Si ella sabe que él no tiene ningún interés sexual en ello, no va a funcionar para ella. Pero, si sabe que no es exactamente su tema, pero que va a funcionar porque va a conseguir placer, al hacerlo le dará y tendrá poder sobre ella y su excitación impulsará a la de él. Luego esto, puede funcionar muy bien para los dos. Dicho esto, repito: respetar los límites tiene que ser uno de los fundamentos de cualquier relación D/s.
Y, sin embargo, muchas sumisas experimentarán una situación en la cual, lo que ellas pensaban que era una línea difícil la que se había fijado, resulta ser a su vez, una especie indeterminada al cambiar los límites de la zona. Tal vez, metida en el subespacio, descubre que lo que previamente parecía inimaginable, ahora resulta que tiene un cierto atractivo. O quizás, con el tiempo y desarrollando la confianza con su dominante, descubre que toda ella consigue excitarse ante la idea de algo que, al principio, solo inducía al pánico. Uno de los grandes placeres de la D/s es precisamente esto: Descubrirse mutuamente las profundidades ocultas, profundizando más y más en la mente del otro y derribando sus tabúes, sus temores secretos y sus fantasías. Y en este proceso puedes descubrir que lo que parecía estar absolutamente más allá del límite, puede ser algo muy importante para explorar.
Lo veo como una parte de la responsabilidad del Amo, tanto respetar sus límites como también presionarlos. Si ella está por sentir su poder sobre ella, si está por conseguir un sentido real de su control sexual sobre ella, él tiene que seguir manteniendo la presión. Bajo mi punto de vista, de no hacerlo, es que quiere dejar a su sumisa demasiado tiempo en su zona de confort. Tanto si la azota o la ata boca arriba o realiza una docena de actos de dominación, ella necesita sentir que se le está demandando un poco más de lo que ella piensa que puede dar.
Aquí tienes que ser cuidadoso. Una mujer muy perceptiva me dijo recientemente que el peor temor que una sumisa puede tener, es el de fallar, de no ser demasiado sumisa, de no ser capaz de darle lo que él quiere. Y el Dominante necesita evitar el ponerla en esa posición. Establecerle tareas imposibles, intentar forzarla a soportar lo que ella simplemente no puede, no es el camino de la felicidad y la armonía. Pero, si solamente la requiere para que ella sepa lo que puede dar, ¿qué forma es esa de ejercer el control? Haga que se someta un poco más. Y luego, otra vez, un poco más. Porque, por último, si es realmente sumisa, ella quiere la excitación de pensar que el suelo puede ser barrido bajo sus pies. Ella necesita sentirse segura, pero no demasiado segura.
El Dominante quiere llevarla a la plenitud sexual. Él quiere para ella mucho más de lo que él quiere para sí mismo (porque su realización está en su regalo. Ella depende de él  y, por lo tanto, es un gran logro para él si este puede dárselo). Y la manera de conseguirlo es no darle justo lo que ella quiere. Deberías intentar hacer que ella quiera lo que tú quieras darle. Luego, ella sabrá que es suficientemente sumisa.

viernes, 2 de marzo de 2012

Caliente y mantecoso

(Una sumisa llamada kyra  – Nick imaginario y amante de la correspondencia epistolar – me rogó  que publicara en mi blog el extracto de una conversación que mantuvimos tomando un café.)
“He tenido un pene en mi culo exactamente una vez. O, tal vez, no. Hay un cierto desacuerdo sobre el tema.”
“Sucedió (o no) hace mucho tiempo. Un señor que conozco y que yo, finalmente, había permitido que nuestra mutua atracción abrumara nuestros esfuerzos para no complicar una amistad realmente buena. Sin embargo, mi auto engañada mente trataba de mantener mi favorita ficción que “todo, pero” no equivalía a todo. Por lo tanto, cuando él (bastante razonable, dadas las circunstancias) trató de penetrar mi vagina, yo desplacé su pene con un “no” muy persuasivo. Lo que siguió, me cogió por sorpresa. Él me dio la vuelta, se puso encima y me penetró por detrás. La cuestión es por cuál orificio me penetró.”
“En ese momento, yo era muy ingenua. Realmente, no me apetecía que él lo hubiera hecho por el agujero esperado. No me dolió mucho. Su miembro, si bien era efectivo, no era demasiado grande. Pero, era seguro que no me apetecía que lo hubiera hecho por donde él suponía que lo haría. Mi hipótesis era que él había fallado el objetivo, mientras que yo no podía imaginarme que realmente quisiera follar mi culo. O, tal vez, él pensaba que esto era una forma legal de respetar mi protesta y, aun así, tener alivio. Fuera lo que fuese, me dio vergüenza decir algo al respecto hasta años más tarde. Pero, cuando se lo planteé, este negó cínicamente que hubiera sucedido. Diciendo que si él hubiera estado allí, seguramente lo habría recordado.”
Cualquiera que fuera el agujero que él hubiera violado, el resultado era incuestionable. Mis regiones inferiores se erotizaban a fondo. Cada vez que yo tenía relaciones sexuales, mi culo me dolía por la acción. No solo mi ano.  Yo quería ser tocada, masajeada, azotada y golpeada con un látigo. Tenía un montón de fantasías con un látigo de nueve colas. Conforme pasaba el tiempo y yo aprendía más sobre lo que podía hacer, soñaba con las violaciones en grupo, incluyendo follar mi culo con ferocidad y brutalidad. Yo hubiera dado cualquier cosa para que mi amante me insertara su dedo en mi culo. El deseo me hacía casi gritar, pero no me atrevía a verbalizarlo por mí misma. Yo creía que estaba lanzando demasiado pistas para responder con entusiasmo a cualquier estimulación en un radio de un kilómetro del punto mágico, pero, obviamente, mis gemidos y retorsiones no eran una señal lo suficientemente clara.
Cuando finalmente, me embarqué en mis aventuras eróticas epistolares, me di cuenta que mis corresponsables estaban entusiasmados con el sexo anal, que yo nunca había visto en mi carne y sangre semen de mis parejas. Esto corroboraba lo que había estado mostrando durante los últimos años en la enorme colección de literatura erótica que yo estaba constantemente acumulando. Reaccioné con temor, anhelo y una inmensa curiosidad, la cual me llevó a plantearme algunas preguntas muy directas.
De alguna manera, mi obsesión por tener mi culo penetrado se la transmití bastante pronto a Carmelo, que me demostró, en gran manera, su profesada lujuria por mí. La naturaleza electrónica de nuestra relación me lo puso un poco más fácil para que yo le preguntara directamente en qué basó su atracción para cogerme de esa manera. Tal como he mencionado antes, no le hablé de este blog para que no alimentara más su hambre permanente hacia mí. Por lo tanto, no quiero incluir y, por respeto a él, una gran parte de lo que me escribió. Es una lástima, puesto que parte de la misma es bastante jugosa. Él me dio una descripción muy detallada del proceso que era, a partes iguales, un manual de instrucciones y un intento de seducción. Pero, al margen de todas las otras razones que yo tenía al rechazar sus peticiones para que le entregara mi culo, estaba el miedo a su polla. Le encantaba decir que tenía mucha grasa. Y eso suena, simplemente, aterrador. Estoy segura que es muy habilidoso en lo que hace, pero no me parece muy atractivo. Larga y delgada hubiera estado bien, pero yo no veía un pene de doble ancho, en un futuro, dentro de  mi culo.
Por supuesto, también le planteé la pregunta a otro amigo, Alfonso, y tuve su permiso para presentarle a usted nuestra discusión. Además, me encanta compartir sus escritos y, solamente, desearía que hubieran más de ellos. Como siempre, sus imágenes y el uso de palabras, combinadas con la auto reflexión y el análisis, me enseñaron un montón de ventajas, tanto emocionales como intelectuales. Sus consejos me ayudaron a  prepararme algo que yacía por delante. Un poco, pero no del todo. La realidad de la sumisión es mucho mayor que cualquier análisis, que cualquier fantasía.
En mi papel de estudiante, siempre curiosa, respondiendo en medio de sus muy probadas cuestiones, le pregunté: “También me pregunto, ¿en qué consiste esa enorme excitación de los hombres por el sexo anal? ¿Es el aura de lo prohibido? ¿Es la estrechez de ese orificio? ¿La textura diferente dentro de ese conducto? ¿Hay una mayor sensación de violación y, tal vez incluso, de una violación con más fuerza de la necesaria para penetrar?”
Usted, Ben Alí, me replicó: “Últimamente, me preguntaste por el sexo anal. Creo que los factores que has preguntado, ciertamente entran en juego – hay una increíble estrechez ahí, y una sensación diferente, cuando al entrar y salir – una parece más ardiente y ligeramente mantecosa - apoderándose desde todos los lados. La viscosidad no es la misma que la del coño. Realmente, es una sensación deliciosa. Pero, también una especie de todas las cosas que hemos estado hablando antes – existe esa sensación de tabú, pero también una especie de sadismo. Pero, el sadismo que tú sabes que el cuerpo puede soportar e incluso disfrutar si se hace correctamente. Esa sensación real de hacer algo a otra persona, es un acto que requiere un grado de fuerza – tienes que apretar muy fuerte, tienes que cogerla más fuerte al principio para que funcione – no es esa sensación de los músculos del hombre trabajando a gusto, que se nota muy bien y, por último, soy normalmente reacio a admitir esto, pues la mayoría de las mujeres que disfrutan del sexo anal, hablan de él en un nivel  mayor que del coito vaginal. Como un creador de un sentimiento de unidad, en parte, porque la mujer siente que está dando más de sí misma y también le llena más. Y esa sensación de ofrecer algo que una mujer, sin duda, disfruta, crea un grado de gloria reflejada. Existe, por supuesto, el placer de dar.”
“Sé que te estás muriendo por preguntar, por qué mi Dominante no ha satisfecho mi curiosidad. Sería muy fácil retrasar su inherente sadismo, pero, de hecho, no hemos llegado a ello todavía. Hay mucho que explorar, a parte de que existe esa máxima del teatro para salir siempre con ganas de más.
Soy una gatita muy codiciosa y siempre quiero más.
Gracias, por leerme y por publicarlo. kyra”