lunes, 4 de septiembre de 2017

El olor de un cinturón nuevo

Ella adoraba el cinturón. Ella lo olería cuando lo pusiera alrededor de su cuello y lo apretara contra su frágil garganta. Al sentir que el aire se desvanecía, ella respiraría profundamente por la nariz, al sentirse húmeda por su olor. Terapia del aroma de la más fina.

La textura y firmeza del mismo la hacían temblar de anticipación. El golpe atronador, el resonar cuando lo golpeaba contra la cama con ritmo furioso, justo al lado de ella y mientras estaba atada, la hacía derivar hacia otro mundo, donde el cinturón era todo lo que podía ver, oler y saborear su carne fresca.

A menudo, la obligaba a que lamiera la hebilla. Sus ojos se agrandaban, llenos de deleite, como si fuera un helado bailando en sus papilas gustativas. Era sexy ver el goteo de baba desde su boca. Yo se la limpiaba con mi mano y la extendía por su trasero.

Yo hacía que pidiera el cinturón. La manera que ella gritaba al pedirlo se podría pensar que habían sido amantes en la escuela superior. Más tarde, ella me dijo que ese era el caso. Su primer novio la azotaba con su cinturón sin consentimiento y, a la vez, que ella odiaba sus acciones, le encantaba los resultados. Ella nunca quería ser golpeada fuera de una dinámica consensual, pero la primera prueba brutal que recibió aún permanece grabada a fuego en su mente con los pensamientos más oscuros y masoquistas de puros azotes dolorosos.

Incluso, al limpiar despacio mi cinturón, diciéndole que la iba a azotar, hacía que ella se pusiera de rodillas hasta el punto de que ni siquiera era seguro para ella estar de pie mientras lo limpiaba. Literalmente, se debilitaba de rodillas y podría ordenarle que hiciera algo en ese momento, y lo haría antes de que yo terminara de hablar.

Ya fuera alrededor de su cuello, en su boca o golpeando su trasero hasta que estuviera amoratado y marcado con firma sádica, ella estaba enamorada de ese maldito cinturón, incluso, más de lo que creía que sentía por mí.

Ella nunca usaba vaqueros. Dios mío, es increíble cómo le encantaba comprar cinturones, al igual que la mayoría de las mujeres compran lencería.

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