lunes, 11 de septiembre de 2017

Los juegos que jugamos

Los juegos entre un dominante y una sumisa son una cosa divertida que tú conoces. Hay reglas y consecuencias, pero, por el amor de todo lo que es sexy, parece no importar qué juego haga con una sumisa, yo siempre gano.

Éste no fue nuestro primer juego, pero ciertamente, no el último.

Ella tenía una respiración pesada y la carne roja, sobre la que se acostaba en la parte superior de su espalda, debido a la flagelación tan dura que acababa de soportar, la cual no le permitía que se ralentizara pronto. Por la mirada que le estaba echando y por la forma en que estaba examinando su cuerpo alrededor de la cama, como si en un baile, solamente nuestros oídos estaban llenos de los sonidos de éxtasis que podía oír.

Por alguna extraña razón, su mano parecía estar muy atraída por mi vástago. Uno pensaría que se habían encontrado antes, por cómo se llevaban. Bueno, con muchas caricias y jugando, mi pene se sentía un poco tierno. Lo suficiente para que no fuera nada agradable para mí. Así pues, le quité la mano con fuerza y ella gimió: “Oh, por favor, señor.” Como si fuera su placer tenerla. La manera en que ella disfrutaba envolviendo sus dedos alrededor de mi verga, tal vez fuera justo el caso. Por el momento, ella parecía necesitarlo más que yo. Quién era yo para negar a tal zorra sus dulces deseos. Pero, por supuesto, habría un precio para tal petición.

Cogí sus cabellos por la parte de atrás, acercando su oído hacia mi boca y hablando con un tono sádico y autoritario y le dije que íbamos a jugar un poco. Que ella tenía treinta segundos para hacer que me corriera o bien, azotaría su suave y lujoso culo. Inhaló una buena bocanada de aire, como si esas palabras la estuvieran ahogando y empezar a hacer lo que cualquier chica buena haría, y ella empezó a acariciarme, mientras su trasero dependía de ello.

30… 29… alguien va a ser azotada… 28 …27… 26… Hmmm, realmente, debes querer este maldito castigo… 25 … 24… 23… 22… 21… 20… Ahhhh, no es falta tuya, lo estás intentado… 19 …18 …17 …16 …15 …14 … ahora, su respiración empezaba a intensificarse y una mirada de pánico había capturado sus ojos …13 …12 …Ni siquiera estoy siendo como un bebé …11 …10 …9 … Más rápido …8 …7… Más fuerte …6 …5 … 4 Ahora, ¿de verdad quieres este maldito azote? …3 …2 …1…

“Date la vuelta sobre tu estómago y pon las manos en el borde de la madera del cabecero y ni siquiera pienses en moverte…”

Ella suspiró y rápidamente hizo lo que le dije. Sus brazos tocando el cabecero de la cama como si estuviera buscando a alguien para salvarla. Ella no iba a ser salvada.

No fui directamente al castigo. Quería fastidiarla con algo más en sobre su cabeza. Me puse a horcajadas sobre su espalda y puse el peso de mi cuerpo sobre ella, estando mi cara ahora ligeramente encima de su cabeza, que estaba enterrada en la almohada. “No es tu culpa, cariño, lo intentaste, pero no te esforzaste lo suficiente, así que ahora tienes que recibir estos azotes, ¿no?

“Sí, señor.” Ella gritó como anticipando, totalmente dueña de su fracaso, para provocar que me corriera con los golpes de su mano.

Entonces, empezó. Empecé con unos azotes de tipo medio para despertar sus sentidos y hacerle saber que esto podría ser un juego, que esto no era una broma. Luego, volví a darle unos azotes ligeros en su trasero para calentarlo y poder recibir más, un poco después. En medio de los azotes, me detengo, agarro su culo, rasco su espalda, froto mi cuerpo desnudo contra su carne, para empezar a sentir el calor de su trasero enrojecido. Con besos ligeros, dados también entre golpes viscosos, fue un derretimiento de mi naturaleza dulce y sádica.

Continué este castigo durante un buen rato, hasta que su respiración fue frenética, sus gritos ilustres y el color de su culo de un rojo manzana delicioso. Tanto fue así, que tuve que morder su culo para que chupara los dedos con el fin de poner la marca adicional del momento.

Con gran facilidad con mi fuerza, la volteé hacia su costado y la miré profundamente a los ojos. Pude ver que la oscuridad la había vuelto a atrapar, que ahora matizaba mi presencia. Le gruñí en la oreja y le dije que esta vez tenía 90 minutos. Pero, con más tiempo, viene una cosa más grande para el fracaso. No he explicado exactamente lo que sería porque yo sabía que su mente entraría en pánico y que sería atrapada en el minuto siguiente o en la mitad. Me encantaba ponerla en un estado de esclavitud mental.

Con su mano ligeramente temblorosa por toda la adrenalina y su cara completamente enrojecida por la emoción, ella comenzó a acariciar y a contar. No importaba el resultado de los siguientes noventa segundos, ambos ya sabíamos que yo había ganado.

Es divertido, cuando tengo una sesión con una sumisa, por alguna extraña razón, siempre me parece ganar.

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